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viernes, 6 de mayo de 2011

Una mano, una ayuda, un favor

MUNDO en MI

La magia en Buenos Aires era historia repetida y el verano caprichoso se negaba a retirarse. El sol escondido todavía regalaba algunas noches de calor en la ciudad y las estrellas disfrutaban de un concierto de silencio acompañándome en la noche de mi cumpleaños. Era habitual en mí para esa fecha sentir en el aire una hermandad extra con todos los seres sin importar las diferencias religiosas, políticas y geográficas, ya que todas habitan en la mente, terrenos donde el corazón sabio no entra, simplemente porque no vale la pena.
Aquella noche cálida, cenaba en mi balcón; es un balcón moderno en su arquitectura pero con aires de tango en su estilo. Flota mágicamente en el barrio Rivadavia y viste dos faroles negros de hierro, que iluminan los bancos perdidos entre jazmines de leche que perfuman el aire y tiñen el ambiente de color ocre amarillento. Las diversas plantas y flores habitan a lo largo y a lo ancho de mi pedazo de San Telmo. Hacia adentro, un monoambiente amplio pero modesto, pinta a media luz un cuadro arrabalero con mis tres grandes amigos: un piano, una bicicleta y un bandoneón…
Mi piano barroco, llamado el Dientudo Carl, es un piano Carl Scheel con mueble amplio y una sonrisa eterna, que enseña algunas caries negras por expresar dulces melodías de Chopin. Hacia la izquierda está Cometa, una de esas bicicletas de hierro antiguas fundidas al horno que se ven en las películas italianas.
Me encontró hace un año cuando la compré moribunda entre su óxido en un pueblo aledaño a Buenos Aires llamado Bragado.
Su ojo claro y luminoso a dínamo y sus frenos varilla de antenas de avispa la convierten en una gran compañera. Es de color gris con ruedas de carreta vieja, humilde en su expresión y amable al paso. Guarda en su espíritu el continuo anhelo de volar. En el centro de la escena, con un rol principal, solo pero seguro de sí mismo, brilla en su melancolía mi nuevo gran amigo, el bandoneón, llamado La Arruga Llorona.
Este cuadro de mi hogar describe mi amor al tango y a la música en general, y el nombre de los objetos con lo que convivo inmortaliza mi mundo de ensueños paralelo y protegido de la realidad diaria, aburrida, contaminada y en peligro de extinción. Siempre creí-sentí que cada uno de nosotros está situado en órbitas diferentes como los planetas y que en cada momento de la vida de cada persona, según la frecuencia en la que estemos vibrando o la energía con la que nos tomemos la vida, nos cruzamos con unas u otras personas. Cada cruce con cualquier ser vivo cumple la función de evolución, de crecimiento y de aprendizaje; así funciona la rueda orgánica impulsada por el sol. Cuando uno cree en la energía o en el Dios que elija, la vida pasa a ser partícipe de acontecimientos mágicos, incomprensibles para quienes no consiguen soñar despiertos.

ENCUENTRO en RE

Tengo treinta años y siento al tango desde pequeño, pero por una misteriosa razón, hace poco entré en contacto con un fueye por primera vez en esta vida. Asisto a un conservatorio donde estudio música clásica hace dos años. Una tarde, una mujer que pasaba esfumándose como un ángel, me ofreció probar un fueye al escucharme silbar un tango en el pasillo. Mi primera reacción al ponerlo sobre mis piernas fue un llanto de reencuentro, encargado de hacerme recordar que estaba vivo. Esa tarde corrí a mi hogar, tomé unos ahorros que tenía guardados y empecé a buscar un bandoneón. Cada minuto investigaba sobre cómo hacer una buena compra. Mi entusiasmo y ansiedad me traicionaban, y después de varias semanas de buscar y buscar compré un hermoso y muy viejo bandoneón.
Sentía afinidad. Su marca era ELA, una marca conocida en el ambiente musical del tango. Estaba en un estado de supervivencia, pero a medida que pasaban los días y seguía investigando sobre bandoneones, una fuerza externa me impulsaba a intentar revivir al moribundo fueye. Al paso de los días mi nuevo amigo se iba desmoronando junto con mi entusiasmo, algunos botones se desprendían al estudiar, sufría pérdidas de aire, muchas de sus notas sonaban desafinadas, no gemía con fuerza.
Un día, con la lentitud con la que se abre un cofre pirata, entré en el interior del místico instrumento. Lucía enmendando y funcionaba bien, pero el pegamento tras pegamento tras pegamento hacía que algunas partes se trabaran.
El árbol de pino abeto que había dado su madera para construir ese bandoneón estaba agonizando en silencio, con un rezongo más triste que el sonido inherente al instrumento. Acudí a algunas personas para arreglarle ciertas cosas, pero sentía inconfundiblemente que nadie más en el mundo iba a cuidarlo como yo lo haría. Hubo momentos de confusión y ganas de despojarme de él. Analizaba también, atormentado, la idea de devolverlo y juntar más dinero para comprarme el emblemático doble AA, bandoneón del que todos hablaban.

ANOCHECER en SOL MAYOR

Aquel 16 de diciembre, día de mi nacimiento, había intentado estudiar en el bandoneón, un tango llamado A Pedro Maffia, un hermoso tango de Aníbal Troilo. Un arreglo musical simple, ya que hace poco había comenzado con el estudio del bandoneón y mi sensación de traición al piano me aquejaba en sueños. Pasaba más tiempo investigando y observando su funcionamiento que estudiando música. Esa noche de mi cumpleaños, mientras cenaba en mi balcón, el vació de mi soledad comenzó a llenarse por una presencia extraña que me protegía; era un sentimiento cordial, amable, humilde y personificado. Quizá, mi filosofía de vivir acumulando la mayor cantidad de sucesos felices por día me confería la oportunidad de soñar despierto. El entusiasmo y la intensidad de disfrutar cada segundo por estar vivos me hacía estar atento a las señales claras en mi mundo. Toda la vida creí y creo que todo es magia y estamos flotando en el firmamento sin hilos a causa del truco de un gran mago. Aquella noche sentía que una presencia amiga se acercaba y mi cuerpo vibraba en una frecuencia de avistaje extraterrestre. Así fue… Lateralmente una silueta sedujo mi vista, expandiendo al máximo el ángulo de visión humana… Mi cuerpo empezó a sentirse en compañía extraña pero segura, y al girar mi cabeza hacia el interior del ambiente me paralicé de un susto sin miedo… Una figura sostenía mi bandoneón… Quizá, esa presencia se estaba apiadando de mi soledad y había decidido hacerme compañía el día de mi nacimiento. Misteriosamente no tardé en recuperar la calma, y mi corazón quedó hipnótico bajo una melodía sincopada. Había decidido cenar a la luz de la vela ocultando mi festejo solitario. Por eso, para poder acercarme y verlo, atravesé con cautela la media sombra que arrojaba el piano. Mi velador naranja era cómplice de la aparición y estaba más tenue que nunca. ¡Era Troilo!, la historia viva del tango… Un halo de luz circundaba su figura y el velador respetuoso se opacaba ante su presencia. Estaba bien vestido. A su expresión amable y humilde la acompañaba un peinado a la gomina. Una sonrisa dulce me transmitía confianza. Me acerqué despacio y con respeto mientras oía una voz ronca que murmuraba: -La Arruga Llorona le pusiste-… Y se reía, mientras la emblemática papada se unía a su sonrisa. Mis nervios disminuyeron para entrar en la calma, y me llamé al silencio absoluto para sentir su voz:
-¨ Tuni, hermano… No sabés lo lindo que se siente tu sentimiento en las estrellas; allí se siente fuerte lo que cada ser humano palpita de corazón. Confió en vos y en lo que estuviste sintiendo en estos días, y en lo que estás por hacer con tu bandoneón. Es por esa justa razón por la que estoy aquí. Hiciste una buena compra, no te desalientes que el amor siempre salvará a la música, es la misma cosa. Se necesitan más corazones que amen la música y no dejen en el abandono a los instrumentos, al bandoneón. Este fueye lo tenías que comprar vos, era para vos. Cuando le devuelvas la vida y lo restaures será tan grande la satisfacción, que sentirás no haber usado tus ahorros. Mi amigo…, te voy a guiar en cada momento. Sólo debés seguir el ritmo de tu música y que la mente interfiera solamente para la parte técnica. Esta carta que dejo aquí es para vos y podrás leerla cuando termines tu labor que tanto sientes. Desde las estrellas y desde todos lados, Ástor, el Negro Juárez y tantos otros estaremos con vos en todo el proceso y muy orgullosos de poder guiarte. Amigo mío, la música es el viento cósmico que sopla la vela del alma humana y encausa los sentimientos hacia altamar de las estrellas. Amor, paz y fraternidad musical¨.
Me refregué las lágrimas y ya se había esfumado. La tranquilidad reinaba en mi cuerpo y por un instante creía haberme dormido, pero no era así.
Estaba parado justo al lado del bandoneón y mi cena estaba afuera, fría, a la ridícula espera. Me había levantado y había caminado hacia él, hacia el gordo...
Sobre el fueye, una carta añeja con un moño firulete de color gris me esperaba para hacer contacto y reafirmar el encuentro. La tomé con suavidad y la guardé dentro de un cajón hasta cumplir con mi labor para poder leerla.
Esa misma noche sentí a mi guía de inmediato. Me acordé de que tenía guardado en un armario tres cajas de instrumentos odontológicos de acero inoxidable, que mi madre usaba cuando ejercía la profesión; eran perfectos. En un estado de locura confianzuda desarmé íntegramente pieza por pieza el desmoronado fueye y me fui a dormir con la punzante congoja natural de no poder volverlo a armar.

RESTAURACION en LA

Al día siguiente el sol brillaba más de lo normal, quizá por el estado emocional de mi cuerpo. Era muy poca la información que había disponible acerca de cómo restaurar un bandoneón, y poca la paciencia o la falta de gentileza de algunos encargados del oficio a la hora de enseñar o guiar a un soñador despierto. Sentía que la magia vivía en la naturaleza del instrumento, y no en las personas que ocultaban y no compartían la experiencia del oficio, convirtiendo el misticismo del tango en un virus de extinción. Las órbitas del gordo empezaban a moverse facilitándome los datos y las pistas que me iban llevando a la obtención de cada repuesto, de cada ejecución, de cada movimiento para arreglar y revivir a la Arruga Llorona. Aquella mañana salí silbando un tango hacia una ferretería cercana y compré un torno para limpiar las piezas de madera. Algo desde arriba me decía que la cantidad de piezas eran tantas que era conveniente fotografiar cada parte del proceso para no olvidarme.
Pichuco estaba ahí, en cada lugar resignando sus vacaciones cósmicas para ayudarme . Asombrosamente, el ferretero tenía una papada alegórica. Lo primero que dijo fue que el torno que estaba por comprar era perfecto para trabajar zonas pequeñas en los instrumentos musicales. Mi complicidad invisible con Troilo era emocionante. Pasaban y pasaban los días. Cada señal y cada pista estaban montadas sobre la mecánica de un reloj suizo, y se cruzaba con otra rueda para generar una dirección precisa. A cada sector de madera que limpiaba y lijaba con la lija correspondiente debía entrarle un tango a su interior. Por eso, siempre aproximaba cada parte del instrumento a la radio, mientras sonaban tangos en la 2 x 4. Fueron días donde me abstraje de la realidad diaria y enfrenté emocionalmente voces familiares, distorsionadas, que se referían a mis actos lunáticos, la “locura” de haber desarmado aquella reliquia, el bandoneón… El gran misterio del tango corría peligro de no poder volverse armar…
Tenía en mi mente cada paso, cada sector del funcionamiento. Recurría por momentos a las fotos que había sacado. Algunos momentos se convertían en obsesión justificada; no le quería fallar a Pichuco ni a mí. Pasaban y pasaban los días. Era gracioso y elocuente el funcionamiento de las órbitas Troileanas a mi favor. En esos días de inconciencia terrenal y conciencia cósmica encontré en Buenos Aires un taller, en donde solamente hacían resortes a medida. Su magnífico dueño llevaba un peinado erizado, como afirmando su genialidad en el oficio de la resortería. Mi fueye, la Arruga Llorona, florecía entre rezongos... Otra mañana, mientras esperaba el colectivo número 29 color cartel ilusión, dos mujeres que planeaban visitar el barrio de Boedo para comprar cueros, me brindaron indirectamente una valiosa información. Cada vez que recibía una nueva señal, me quitaba mi boina, y mirando hacia arriba, le agradecía al gordo mientras me reía. En Boedo se conseguían a bajo precio los cueros de cabra y de vaca. Son esos que se colocaban en el interior del bandoneón en ciertos lugares para la oclusión del aire. Quien me los vendió, con una voz ronca, me asesoró en la elección de cueros con la certeza y humildad de un experto Luthier perdido en un barrio de tango… Mientras transcurría mi aventura, aprendía de cueros, de maderas, de resortes, de acústica, de magia, de texturas, de nuevos olores , de metafísica y hasta conocí mujeres. Mientras tanto, el árbol que había dado su madera para este bandoneón en alguna parte de universo empezaba a florecer. Mi verano conmovedor estaba impulsado por mi pasión al tango, por el amor y por la magia de tener a alguien que te guía desde el firmamento. Un maestro sabio, humilde, etéreo, profesaba la inminente fraternidad musical de la próxima era. Era verano y los días pasaban. Mis amigos y familiares me llamaban desde la costa atlántica para que los visitara algunos días, pero no podía olvidarme de aquel encuentro, tan verídico, tan conciente. Sentía la emoción próxima de verlo terminado, y agradecía a los árboles que habían dado sus brazos para tocar un tango. Los videos que miraba mostraban como construir y restaurar guitarras, violines, violonchelos, pero no bandoneones. Este nuevo video era filmado por mis ojos y dirigido por gran director, Pichuco. Tras dos meses de trabajo, perdido entre el polvillo, el desorden de herramientas, dibujos, tangos, romances y anécdotas, anhelaba abrir la carta que me había dejado el Gordo. Un día, como un loco transpirado por su creación, oculto detrás de unas gafas protectoras de polvillo color amarillas fluorescentes, finalicé la restauración mientras la carta escondida en el cajón brillaba con intermitencia de ansiedad.



CARTA en LA SOSTENIDA

Cada pieza estaba limpia, los resortes nuevos, los cueros cambiados, y el ornamento de nácar relucía como las conchas marinas que habían dado su cuerpo. El pegamento extra había sido retirado, y el sonido sólo hacía una comunión orgánica y dulce con la madera que lo acunaba. El papel marmolado que forraba el fueye de cartón prensando había sido diseñado. Ahí estaba la Arruga Llorona, después de dos meses de caricias, sentada sobre la banqueta del piano, pero nueva, radiante de tristeza. Terminé una tarde a fines de febrero, y ese mismo día, antes de probarlo, me preparé una cena de festejo como la noche en la que comenzó esta historia. En el preciso momento del brindis conmigo mismo y con el tango, música que une almas solitarias, lo hice sonar. Mi bandoneón lloraba de alegría, gritando que su historia debía ser contada. Las experiencias vividas con mi fueye debían ser compartidas, para extinguir el fuego ardiente de extinción. Lo sentía distinto, curado. Ahora sí, era realmente mi bandoneón, y las lágrimas de emoción me autorizaban a buscar la carta escondida en el cajón. La taquicardia en aumento me impulsó hacia el cajón donde estaba esa carta ansiosa por abrirse, como un regalo que espera a un niño. La tomé entre mis manos curtidas por la restauración y la empecé a leer:
¨ Tuni, hermano, estoy inmensamente orgulloso y emocionado por ver a tu nuevo fueye con vida, gimiendo de felicidad, de tango. Sabía que no te ibas a rendir, mi alma te da las gracias por confiar. En las estrellas, arriba y debajo de la tierra, la música sostiene todo lo que sentimos, lo que vemos y lo que no. Estas leyes se comprenden fuera de la tierra. El universo es música y vibra armónicamente. Se acercan tiempo de fuertes cambios, la tierra necesita más y más personas con verdadero amor a la música. El planeta quiere volver a cantar lejos de todas las trampas de la competencia y cerca del sentimiento de la cooperación. La fraternidad musical en la tierra es inminente, no sólo del tango sino de toda la música. Aquí arriba no hay separación de géneros, estilos, naciones, gobiernos ni de razas. Aquí, mi querido amigo, la música es la unidad de todos los seres, planetas, galaxias, etnias, naciones y pueblos... Te he guiado en esta aventura y ahora, humildemente, quiero pedirte una mano, una ayuda, un favor. Tu amor a la música y al tango me ayudará a cumplir una deuda pendiente allí en tierra. Tuni, esta historia, nuestra historia, debe ser contada a todas las personas que puedas para salvar el espíritu futuro del tango, de la raza y del planeta. Muchos no creerán nuestra historia, pero tan solo es cuestión de tiempo. Cuando era niño, tuve la bendición en la existencia de que mi querida madre me regalara un bandoneón con mucho esfuerzo, y ahora le toca a otros niños la posibilidad de expandir la música del tango, del cosmos. Difunde esta historia hacia todos lados, y una vez hecho esto, viaja por mí al colegio más recóndito de tu país y llévales a los niños tu música y materiales de estudio. Encárgate de que alguien afine los instrumentos que puedas, y obsequia un bandoneón de estudio a un niño que elijas personalmente, para que tenga la bendición que tuve yo, porque si naciera de nuevo mi amigo…, me gustaría ser otra vez Pichuco Aníbal Troilo. Gracias por la valentía de creer, y desde aquí, desde el sur de la galaxia y en todos lados, les envió paz, amor y luz a todos los seres que aman la música...
Esa noche leí la carta y mis ojos vidriosos se inundaban de la responsabilidad eterna de no fallarle al Gordo, mientras en el aire de mi barrio se oía: ¨ Dicen que me fui de la tierra, pero cuando, pero cuando…, si siempre estoy llegando”.

FIN.

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